definiciòn de globalizaciòn

-->ESPAÑOL
Proceso en el cuál el predominio del pensamiento económico de libre mercado a nivel mundial, determina las relaciones de interdependencia económica y comercial entre las naciones, superando la tradicional segmentación del análisis económico y las barreras de las fronteras. Constituye el reconocimiento explícito a la interconexión existente entre todas las economías del mundo a través de los mercados internacionales de bienes, servicios y capitales.
--INGLES
Process in which the economic dominance of the global free market, determines the relations of trade and economic interdependence among nations, overcoming traditional economic analysis and segmentation of the border barriers. It is the explicit recognition of the interconnectedness of all economies in the world through international markets for goods, services and capital.
http://www.definicion.org/globalizacion-economica

jueves, 9 de diciembre de 2010

Globalización y cambios

El nuevo milenio ha sido testigo de un creciente desarrollo. El auge de la tecnología, el incremento de los procesos productivos, la integración de las economías, sin duda, son avances que, junto a otros, han logrado consolidar el mundo de hoy, y han permitido que los sistemas económicos sean cada vez más competitivos y eficaces, en vías de dar respuesta a una sociedad cada vez más exigente.

En efecto, la Globalización ha sido un fenómeno que ha revolucionado y le ha dado un giro significativo a los distintos entornos, no solo el económico, sino también el social, el cultural, el tecnológico, y el ambiental. Los grandes avances en ingeniería, en tecnología; la innovación y el perfeccionamiento de los procesos productivos e industriales, el crecimiento de los medios de comunicación y de transporte, han posibilitado la investigación, y la tendencia, cada vez más notoria, al desarrollo colectivo de la sociedad. Es por esto, que los cambios mundiales son aspectos del diario vivir, y que día a día sorprenden con elementos nuevos al sistema global.

Breve reseña histórica de la globalizacíón

Pues bien, para una mejor comprensión de este importante fenómeno de la globalización, es de suma importancia conocer algo sobre el proceso y la historia que ha tenido desde su surgimiento. La globalización como fenómeno histórico es para muchos (aquellos que se sorprenden por el acelerado desarrollo) un suceso de la época contemporánea o del mundo actual. Sin embrago, hay otros que opinan que, aún aceptando el creciente desarrollo, la globalización ha formado parte de un proceso que ha estado presente en diferentes momentos históricos. Esta concepción, como un proceso largo en el tiempo, deriva del conocimiento que se tiene, sobre la interacción y el intercambio entre las diferentes comunidades que han estado presentes desde el comienzo de la historia.

Aun así, esta visión es procedente no entrar a desarrollarla, ya que se requiere más tiempo para analizar, con detalle, el proceso de la globalización durante la etapa moderna y posmoderna, ya que para estas fechas, trajo consigo sucesos y cambios importantes de resaltar. En un comienzo, podría afirmarse que esta consecución viene ligada al desarrollo del capitalismo, como un modo expansivo de territorios, poblaciones, experiencias culturales y factores relacionados. “Desde el siglo XVI, la dinámica expansiva del naciente capitalismo europeo, asociada al nuevo espíritu intelectual y político de la época, impulsó la apertura de nuevas fronteras”[1]. Por ende, el desarrollo de las ciencias y su aplicación a la producción favoreció la conquista de materias primas nuevas y de nuevos mercados, así como la supremacía militar y política a territorios y poblaciones que fueron sometidas por ciertas potencias europeas.

Algunos autores plantean la aparición de la economía global en Europa en el siglo XIV con la aparición de ciudades dedicadas al comercio, que se extendían hacia tierras lejanas. Esta tendencia hacia el comercio globalizado fue la que a su vez generó en el siglo XV las expediciones hacia otras lugares del planeta, sin embargo este intercambio tenía características unilaterales y se daba entre regiones claramente definidas[2].

Luego, finalizando la época Moderna y comenzando la Posmoderna, se dio una expansión entre los años 1850 y 1914. Esto llevó a un crecimiento particular de los salarios reales y convergieron la renta del suelo, la tasa de ganancias y se dio un crecimiento económico y de los niveles de vida. Por su parte, la industrialización inglesa se difundió por varios países europeos y Estados Unidos, y se descubrieron nuevos potenciales en los recursos del nuevo mundo, a su vez, mejoraron los medios de transporte. También se redujeron las barreras arancelarias, lo que llevó a que creciera el comercio. Todo eso, desencadenó en un desplazamiento de capital por todo el mundo, aumentando la inversión en infraestructura, ferrocarriles y puertos[3].

Sin embargo, América Latina entró un poco tarde al contexto global, con crecimientos económicos en países como Argentina, que alcanzó un PIB per cápita tres veces mayor que el usual, lo que se reflejó en los salarios reales, que fueron en su momento mayores que los de países ricos como Italia. Junto con esto, Chile y Costa Rica dieron paso al comercio internacional y a la inversión extranjera.

Siguiendo con la secuencia histórica, la mitad del siglo XX llegó con el fin de la Segunda Guerra Mundial, y acompañada de sistemas económicos sólidos y de más instituciones financieras y multilaterales. El plan de ayuda de Estados Unidos a Europa para salir del duro golpe propiciado por la guerra, hizo que se redujeran los aranceles y hubiera un libre flujo de capital.

Y por último, en su progresivo avance, es viable decir que la llamada Segunda Revolución Industrial, impulsada por el desarrollo a escala global de nuevos y modernos medios de transporte naval y terrestre, el surgimiento y expansión de nuevas vías tecnológicas de comunicación, y muchos otros factores, multiplicaron las relaciones económicas internacionales. A su vez, dio impulso al dominio imperial europeo, al cual se le sumó luego Estados Unidos. En síntesis, el proceso de la globalización ha sido constante en el transcurrir de las dos últimas eras históricas, pese a esto, no hay que descartar que este fenómeno, tuvo severas contracciones y retrocesos en los periodos comprendidos entre la mitad de la década de los 20 y principios de la década de los 40[4]. Bloqueos que fueron superados tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.



[1]RIQUELME, Alfredo y HULAUD, Michelle. La Globalización: Historia y Actualidad [En línea]. Santiago: Ministerio de Educación de Chile, 2003, P. 12. Citado el 25 de noviembre del 2009. Disponible en: http://www.mineduc.cl/biblio/documento/Modulo_Globalizacion.pdf

[2] AGUIRRE, Mónica. “Algunas reflexiones entorno a la globalización” [En línea]. Santiago: Universidad Academia Humanismo Cristiano, 2009. Citado el 24 de noviembre del 2009. Disponible en: http://www.galeon.com/gentealternativa/tribunaoradores/tribuna10.htm

[3] KALMANOVITZ, Salomón. “La globalización y Colombia” [En línea]. Bogotá: Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2009. Citado el 25 de noviembre del 2009. Disponible en: http://www.portalcooperativo.coop/congreso06/ponencias/skalmanovitz.ppt.

[4] Período de tiempo en el cual, las economías mundiales tuvieron serios inconvenientes; todo por la crisis financiera de los 30.

Consideraciones sobre la Globalización[1]


Factores que impulsan su desarrollo:

  • Apertura de mercados nacionales: Libre Comercio.
  • Fusiones entre empresas: multinacionales.
  • Eliminación de empresas públicas: Privatizaciones.
  • Desregulación financiera internacional a favor del libre comercio: TLC.

Beneficios potenciales:

  • Mayor eficiencia del mercado que aumenta su competencia, disminuyendo el poder monopolista.
  • Mejoras en la comunicación y cooperación internacional que puede llevar a un mejor aprovechamiento de los recursos.
  • Impulsa el desarrollo científico-técnico al ser lucrativo.
  • Mayor capacidad de maniobra frente a las fluctuaciones de las economías nacionales.
  • Eliminación de las barreras de entrada del mercado laboral, financiero y de bienes y servicios.

Riesgos:

  • Irresponsabilidad de empresas y multinacionales.
  • Aumento de desequilibrios económicos, sociales y territoriales.
  • Descuido sobre los índices de desarrollo humano (IDH): aumento de la pobreza.
  • Pérdida de los factores que no se adapten a la competencia.

·



[1] FERRER, Aldo. Hechos y Ficciones de la Globalización. Buenos Aires: Fondo de la Cultura Económica, 1997.


martes, 2 de noviembre de 2010

SISTEMA ECONOMICO CAPITALISTA


El capitalismo es el sistema económico fundado en el capital como relación social básica de producción. En el capitalismo los individuos privados y las empresas, empleando trabajadores asalariados, llevan a cabo la producción y el intercambio de bienes o de servicios, con el propósito de producir y acumular ganancias u otro beneficio de interés propio.

También se denomina capitalismo o sociedad capitalista a todo el orden social, político y jurídico originado en la civilización occidental y basado en aquél sistema económico. El orden capitalista se distingue de los anteriores por su movilidad social y por la regulación formal de las relaciones sociales mediante el contrato libre.

Existen diferentes apreciaciones sobre la naturaleza del capitalismo según la perspectiva social e ideológica desde la cual se lo analice.

Michel Beaud (1986). Historia del capitalismo: de 1500 a nuestros días. traducción de Manuel Serrat. Barcelona: Ariel.
Daniel Bell (2006). Las contradicciones culturales del capitalismo. Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-2195-1.
Su obra La riqueza de las naciones concedió a Adam Smith el título de fundador intelectual del capitalismo. (fotografia) http://www.library.hbs.edu/hc/collections/kress/kress_img/adam_smith2.htm

martes, 19 de octubre de 2010

MERCANCÍA Y DINERO

1. Economía marxista y economía convencional. Se tiene la idea de que la economía marxista, representada por El Capital de Karl Marx, y la economía convencional habitan en dos mundos distintos: Marx en el de los metafísicos, y los economistas convencionales en el de los científicos. Se presenta el pensamiento de Marx como un cuerpo teórico oscuro, metafísico y poco práctico, mientras que a la economía convencional se le presenta como un cuerpo teórico científico, riguroso y eminentemente práctico. Cuando lo cierto es que El Capital de Karl Marx incluye los conceptos principales de la economía convencional. En la filosofía contenida en El Capital no existe la contraposición entre apariencia y realidad. Domina, por el contrario, la concepción de que la realidad está constituida por apariencias y esencias. Es decir, que la apariencia es parte de la realidad y no algo contrapuesto a la realidad. Llamaremos categorías esenciales a aquellas categorías que reflejan las esencias de la realidad, mientras que llamaremos categorías aparentes a las categorías que reflejan las apariencias de la realidad. Pongamos un ejemplo para dejar estas diferencias filosóficas bien claras. En la economía convencional es fundamental el estudio de la categoría de precio, pero también lo es en El Capital de Marx.

¿Dónde reside entonces la diferencia? La economía convencional define el precio de acuerdo con su función práctica (aparente). Marx también analiza la función práctica del precio, pero añade algo más: explica la génesis de la forma de precio, expone el proceso mediante el cual el valor sufre una serie de metamorfosis, desde su figura más simple, la que se da en el trueque, hasta su figura más compleja, que constituye la forma de precio. Ahí reside el componente fundamental de El Capital: el análisis de las formas del valor. La categoría precio refleja una apariencia de la realidad económica, mientras que la categoría valor refleja una esencia de la realidad económica. El movimiento teórico de Marx va desde las esencias a las apariencias, esto es, parte del valor en su forma natural hasta llegar a la forma de precio; mientras que la economía convencional sólo se mueve en el ámbito de la apariencia. Por lo tanto, no hay que ver en la economía convencional la negación de la economía marxista, sino todo lo contrario: una parte necesaria de ella.

2. Lo que se manifiesta y la forma de manifestarse. Pongamos una mesa a dos metros de un espejo. Si acercamos la mesa al espejo, la mesa del espejo (la imagen de la mesa) aumentará de tamaño. Si alejamos la mesa respecto del espejo, la mesa del espejo disminuirá de tamaño. Esta experiencia tan sencilla demuestra la necesidad científica de distinguir, en el ámbito de las relaciones entre cosas, lo que se manifiesta de la forma de manifestarse. El aumento del tamaño de la mesa del espejo es la forma en que se manifiesta la aproximación de la mesa al espejo, mientras que la disminución del tamaño de la mesa del espejo es la forma de manifestarse el alejamiento de la mesa respecto del espejo. Así que el aumento de tamaño de la mesa del espejo no es sólo el aumento del tamaño de la mesa del espejo, sino también la forma fenoménica, la forma de manifestación, de la aproximación de la mesa al espejo. Si en el mundo de las relaciones físicas entre las cosas es necesaria esta distinción fenomenológica, mucho más necesaria lo será en el mundo de las relaciones entre los hombres mediada por los productos del trabajo. Así que cuando Marx estudia el precio como forma fenoménica del valor, no está llevando a cabo ninguna aventura metafísica ni dando un salto en el vacío. Sólo está teniendo en cuenta una necesaria distinción científica. La gran dificultad que tienen los economistas convencionales y los marxistas para comprender acertadamente El Capital de Karl Marx, es que piensan en términos de lógica formal o en términos de lógica dialéctica general. Desconocen por completo la lógica fenoménica, que es la quintaesencia del pensamiento dialéctico de Marx. Ignoran que el concepto de forma fenoménica es la categoría lógica fundamental en El Capital.

3. El Capital y la Semiótica. Cualquier investigador en Semiótica, sobre todo aquellos que reflexionan sobre la semiótica del dinero, están obligados a estudiar, cuanto menos, el primer capítulo de El Capital de Karl Marx, que trata de la transformación de la mercancía en dinero, y donde se expone la teoría del valor. Hay que saber que la relación de cambio entre las mercancías es una relación de expresión, esto es, una relación semiótica. Así que en este capítulo de Marx está dada una semiótica, que puede ser desarrollada hasta postulados más generales, y que tiene sus fundamentos en la Fenomenología. También es importante señalar que el concepto de forma y el concepto de valor, que tanta importancia tienen para la Lingüística y la Semiótica, son básicos en el desarrollo teórico del capítulo de El Capital mencionado.

4. El destino histórico de El Capital. La primera popularización de El Capital correspondió a Engels. Pero Engels vulgarizó la dialéctica presente en El Capital, en especial en su libro Anti-Dühring. Después sucedió, desde finales del siglo XIX, que las posibilidades de una revolución socialista, sobre todo en términos de condiciones subjetivas, se trasladaron desde Francia, Inglaterra y Alemania a Rusia, un país semipatriarcal, semifeudal y semicapitalista. A partir de ese entonces el papel desempeñado por Marx fue ocupado por Vladimir Ilích Ulianov. Más del 90 por 100 de los textos del líder de los comunistas rusos son de carácter político. De ahí que los comunistas europeos, encandilados por el genial Vladimir Ilích, dejaran a Marx de lado, y en especial a El Capital. La preparación económica de los comunistas de todo el mundo durante todo el siglo XX cayó en picado, permitiendo que las concepciones económicas liberales dominaran por completo el panorama de las ciencias económicas. Hay, sin embargo, dos textos de Vladimir Ilích sobre economía muy importantes, pero que nunca tuvieron gran importancia ideológica para los comunistas. El primero de esos textos, escrito a finales del siglo XIX, trataba sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia, la creación del mercado interno y las transformaciones mercantiles capitalista que se producían en la agricultura. El segundo de esos textos, un par de años antes de que Vladimir Ilích muriera, trata de la Nueve Economía Política que propuso después de visto el fracaso económico que significó el comunismo de guerra. En esa Nueva Economía Política se proponía restaurar las relaciones mercantiles monetarias, y potenciar el pequeño capital y el capitalismo de Estado. Las reformas económicas chinas iniciadas en 1978 tiene su principal precedente teórico en esa Nueva Política Económica diseñada por Vladimir Ilích. Pero después de muerto Vladimir Ilích la importancia del conocimiento económico entre los comunistas decayó a los niveles más bajos, y así fueron derrotado tan fácilmente por los economistas convencionales (capitalistas) y se abrió la ola de las capitulaciones ideológicas entre los intelectuales marxistas. No obstante, Stalin y Mao Zedong hablaron siempre de que los comunistas debían respetar la ley del valor. ¿Y qué significaba para estos dos líderes respetar la ley del valor? Respetar la idea de que el valor de la riqueza está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirla. Sin embargo, aunque promovían el respeto por la ley del valor, promovieron al mismo tiempo la suspención de las relaciones mercantiles monetarias. Por lo tanto, en la práctica no respetaron la ley del valor. ¿Por qué? Porque el valor sólo existe de forma objetiva en forma de dinero. Sólo si permito que la producción en el socialismo sea una producción mercantil, estoy permitiendo que la ley del valor se manifieste. Pero si prohibo la producción mercantil, entonces en la práctica no estoy respetando la ley del valor.

Francisco Umpiérrez Sánchez

Director del Centro de Estudios Karl Marx
Fumsaarrobamsn.com

jueves, 23 de septiembre de 2010

El imperio invisible




ARTICULO
¿Qué deberíamos deducir de estos hechos?

Los economistas estadounidenses supervisan las políticas de los países pobres endeudados con el Fondo Monetario Internacional y la economía estadounidense cada año lleva más y más lejos su ética empresarial y su destrucción creativa en Europa, el este de Asia y la India. Los más entendidos en leyes y politología de Estados Unidos escriben constituciones para los nuevos Gobiernos de África y Asia Central, y los estadounidenses, desde el Open Society Institute (Instituto de la Sociedad Abierta) del financiero George Soros, financian la creación de la sociedad civil local.

El inglés es el segundo idioma del mundo: hay 350 millones de hablantes nativos, pero más de mil millones de personas han aprendido lo suficiente como para regatear o discutir por un partido de baloncesto. La cultura estadounidense es el otro segundo idioma global, un dialecto compartido cuyo vocabulario incluye el rostro de Michael Jordan, los discordantes ritmos de la música hip-hop y Los vigilantes de la playa, el programa de televisión más popular del mundo. Cuando los inmigrantes llegan a los aeropuertos de Estados Unidos, ya han vivido gran parte de sus vidas imaginarias entre Nueva York y Los Ángeles.

Gran parte del mundo no duda en su diagnóstico: imperio. Frontline, una importante revista semanal india, tituló 'Formas de imperialismo' un artículo de portada de 1999 sobre política estadounidense. Un periodista surafricano escribe sobre vivir 'en las provincias exteriores del imperio', y un erudito árabe habla de forma realista y sin veneno de la incorporación de Egipto 'al imperio americano'. Los franceses se lamentan con especial insistencia de que 'están siendo globalizados por los estadounidenses'. No son las voces de la extrema izquierda, ni tampoco los altavoces de unos Gobiernos que estén alimentando el rencor. Son expresiones de una percepción prácticamente universal según la cual los mandamientos de Estados Unidos llegan prácticamente a todas partes, y no para gobernar el mundo, sino para establecer las condiciones según las cuales se desarrollará el gobierno del próximo siglo.

Sin embargo, si presentamos este análisis a un estadounidense, abrirá los ojos en señal de asombro. Según su forma de verlo, el imperio estadounidense es invisible. Los estadounidenses encuentran prácticamente ininteligible que puedan ser una potencia imperial. Como nación, los estadounidenses creen profundamente en su propia inocencia: somos personas benevolentes y sólo creamos problemas para los que crean problemas primero. El imperio es el apogeo de la perversidad del mundo antiguo. Para los estadounidenses es lo que el despotismo oriental era para la imaginación europea durante el siglo XIX: la crueldad de una civilización degenerada.

Según esta imagen estadounidense, 'imperio' significa conquista. Prácticamente ya hemos admitido que los españoles conquistaron las Américas, aunque insistimos en que nosotros, un poco más tarde, simplemente colonizamos nuestra parte. La conquista española, con sus asesinatos y esclavización en masa, era imperio. También lo fue el reparto de África entre las potencias europeas, o el Raj británico en India. Aquellos sangrientos dominantes episodios de dominación no tienen nada que ver con nosotros.

Podría parecer que los escépticos estadounidenses tienen algo de razón en este punto. Los que piensan que Estados Unidos tiene una posición especial en el mundo de hoy han introducido el término insatisfactorio de 'potencia suave', que básicamente significa que la influencia estadounidense no sigue al Ejército de Estados Unidos. Los estadounidenses protestan: ¿puede una potencia suave ser verdaderamente una potencia imperial?

La respuesta es que puede serlo, y lo es. La idea estadounidense de que el imperio mata por la espada indica su ignorancia histórica y tiene incluso menos relevancia ahora que en ningún otro momento del pasado.

De Roma a Washington. Tomemos el ejemplo del gran imperio de Occidente. Si un erudito de la Roma antigua pudiera examinar las pruebas de hoy, no perdería tiempo en diagnosticarlo como imperio. El imperio romano se abrió camino de una forma muy parecida: no regía mediante el terror, sino extendiendo el sistema del derecho romano y, en diversos grados, el privilegio y la disciplina de la ciudadanía romana por sus vastos territorios. Lo que no se conseguía con la ley, se conseguía con la cultura: las modas romanas, y en especial el latín, se difundieron por todo el imperio de Occidente. Puede que los ciudadanos romanos tuvieran una lengua local y mantuvieran lealtades locales, pero también eran miembros -por ley y cultura- de un imperio universal. Compartían un comercio que cubría toda la extensión del gobierno de Roma. La autoridad imperial comenzaba en la espada, pero se establecía en la mente, la lengua e incluso en el alma. Todo esto la convertía en un ideal de orden y poder mucho después de que su gobierno ya se hubiera desintegrado.

Además, Roma sólo gobernaba con la espada en aquellos momentos en que era necesario, cuando no había forma de aplacar de un modo más sutil a algún pueblo primitivo, como los britanos o los íberos. Muchas veces, los gobernadores de Roma preferían el gobierno indirecto a través de monarquías locales flexibles, las alianzas con ciudades formalmente independientes e incluso con las tribus germánicas que conservaron gran parte de su gobierno interno tradicional. Siempre es más fructífero permitir que fluya la energía de otros para los propios fines que dirigirla obligatoriamente contra una hosca resistencia. Montesquieu, en su historia de Roma, escribió que 'era una forma lenta de conquistar'. A través de nuevas lealtades y cambios graduales de poder, un aliado 'se convertía en un pueblo sometido sin que nadie pudiera decir cuándo se inició su sometimiento'. Todos los que hayan visto al FMI apiñarse con los líderes de su país o la llegada de un nuevo Cineplex deben tener una cierta idea de lo que Montesquieu quería decir. Una potencia suave no es una realidad nueva, sino una palabra nueva para la forma más eficaz de poder.

No es sorprendente que el imperio cambie de forma en dos mil años. En un momento en el que la riqueza procede del control de los mercados y las ideas, no es necesario ni suficiente tener la soberanía del territorio para lograr la grandeza. De hecho, en un mundo de ciudadanos exigentes y poblaciones nacionales descontentas, puede ser más un impedimento que una bendición: fíjense en los conflictos étnicos de Rusia y en el aterrado baile de China con sus regiones pobres y sus inmensas poblaciones minoritarias. Cualquier emperador sensato querría conseguir lo que Roma logró, pero sin la masa terrestre: un imperio en el que todos los mercados lleven a Roma, pero en el que se puedan cerrar los caminos cuando se emita la orden.

La 'pax romana' y los centuriones de 'Los vigilantes de la playa'. Aun así, los estadounidenses encuentran cómico e ininteligible el resentimiento por su posición de imperio. Protestan, con perfecta sinceridad, diciendo que el resto del mundo parece querer la prosperidad estadounidense, el ocio estadounidense, los estilos estadounidenses y el idioma estadounidense. Evidentemente, hasta ahí es correcto, pero los romanos comprendieron que el poder más importante era el derivado del deseo y la lealtad. Estados Unidos ejerce dos tipos especiales de poder que no tienen nada que ver con la sangre y la conquista.

El primero de ellos se podría denominar el poder de Microsoft. La verdadera razón para la ubicuidad de Microsoft no es que obligue a los usuarios de ordenadores a utilizar su sistema operativo, sino en que su misma ubicuidad crea unas enormes ventajas para un nuevo comprador que lo elija frente a otros sistemas distintos. Si todos los demás tienen un tipo de cocina y usted elige otra, no pierde nada con ello. Pero si elige un sistema operativo distinto, no puede intercambiar archivos, transferir documentos ni sentarse prácticamente en cualquier terminal con la seguridad de poder manipular sus programas. Microsoft es el vocabulario que da a la gente acceso a los flujos mundiales de comunicación, información y comercio. Elegirlo es impecablemente racional, pero también crea resentimiento: la persona que lo elige sabe que hay otras formas de hacer las mismas tareas, pero son marginales. Y precisamente porque son marginales, seguirán siendo marginales. Los economistas denominan 'efectos de red' a las ventajas de un gran sistema de información; por eso, el poder de Microsoft es el poder que tienen las grandes redes de seguir siendo grandes, porque crean el idioma en el que las personas logran acceder unas a otras.

El denominado 'lenguaje' de Microsoft es una cosa y el inglés es otra. Es el segundo idioma del mundo, porque es a la lengua lo que Microsoft es a la pantalla: la forma en que unas personas acceden a otras atravesando grandes distancias geográficas y civilizaciones. Ocurre lo mismo con las normas comerciales de la Organización Mundial del Comercio: son un grupo de términos comunes que abren los lugares mundiales, todo un mundo lleno de redes a las que las personas tienen todos los motivos para unirse, pero frente a las que, en sentido real, tampoco tienen alternativas. Y las redes son estadounidenses, en origen y en idioma. Este tipo de régimen puede seguir siendo invisible para los estadounidenses, mientras que su poder es ineludible para el resto del mundo, siempre y en todas partes.

Si el poder de Microsoft orienta las elecciones libres de una forma que da la impresión de ser coactiva, el poder de Los vigilantes de la playa actúa de forma más directa sobre los deseos más allá de toda elección. El ocio de Estados Unidos está en todas partes, y sus imágenes son la moneda de la nación más rica y poderosa del mundo. Además, su industria de la cultura lleva un siglo entendiendo cuál es el mínimo común denominador del entretenimiento para una audiencia de masas. Por la combinación de motivos que sea, un niño de Nueva Delhi conoce el arco del lanzamiento de un determinado jugador de baloncesto y las curvas de una modelo de Los vigilantes de la playa, y en cierto sentido quiere ambas cosas.

El poder de Los vigilantes de la playa da lugar a un tipo especial de resentimiento. Por un lado, lo que uno desea pasa a formar parte de uno mismo, y uno se mueve para alcanzarlo por su propia y ávida voluntad. Por el otro, este deseo americanizado sigue siendo patentemente extranjero para gran parte del mundo. Es suyo, pero no lo es. Este tipo de poder forja los apetitos de sus súbditos y orienta sus lenguas. Dirige sus miradas hacia su imagen de la belleza y sus convicciones sobre su idea de la justicia. No pueden expulsar fácilmente aquello que han invitado a entrar en ellos mismos. No pueden escapar de lo que ha pasado a formar parte de ellos. Y así, su resistencia se va haciendo más insistente a la vez que pierde eficacia.

La ciudad sobre la colina. El motivo principal por el que los estadounidenses son incapaces de ver todo esto es que siempre han sospechado que son la nación universal del mundo. A diferencia de los franceses y de algunos alemanes del siglo XIX, carecen de una teoría sobre el motivo por el que esto debería ser así; más bien, como los ingleses victorianos, sencillamente son incapaces de imaginar que pueda ser de otra forma. Los estadounidenses creen, aunque sin llegar a articularlo, que todos los seres humanos nacen estadounidenses, y que su desarrollo en culturas distintas es un accidente desafortunado, aunque reversible.

Esta idea tiene su historia, ahora olvidada en gran medida, que es tan antigua como el asentamiento europeo en Norteamérica. Es sabido que los primeros colonos ingleses, miembros de sectas protestantes radicales, veían el Nuevo Continente como 'una ciudad sobre una colina', que emitía la luz de su inspiración al mundo. Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia de Estados Unidos y gran musa de la democracia estadounidense, escribió que en el nuevo país los hombres al fin podrían sentir la ley universal en su corazón, de forma que la codificación de los libros de derecho pasaría a ser superflua. Para Jefferson, el paso de la ley desde los códigos exteriores hasta la convicción interna repetía la transformación desde las complejas críticas del Antiguo Testamento hasta el énfasis en la conciencia del Nuevo Testamento. Allá donde se mirara, los estadounidenses se erigían en patria del derecho universal.

Estados Unidos también se convirtió en la patria de la forma de libertad marcadamente moderna: la libre expresión de la propia personalidad, bien por conciencia, bien por antojo. Los siglos XVIII y XIX estuvieron llenos de pesimismo sobre el significado que tendría la caída de la aristocracia y el alzamiento de la cultura de masas para el carácter humano. Los precursores de la nueva sociedad, como Adam Smith y Alexis de Tocqueville, aceptaron que para conseguir una mayor igualdad habría que pagar el precio de la mediocridad y de la pereza intelectual y espiritual. En respuesta, los profetas estadounidenses del siglo XIX anunciaron que el final de la aristocracia y de otras jerarquías daba libertad a los hombres para examinar sus propias almas y encontrar en ellas tanta gracia, dignidad y armonía como habían alcanzado los tribunales y los refinamientos del antiguo orden. Según la visión de Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman, Estados Unidos se convertiría en la 'primera nación de hombres', el primer pueblo cuya vida nacional sería el despliegue de la individualidad.

Los estadounidenses extrajeron esta idea del ideal europeo del artista romántico, el joven poco convencional y de sentimientos apasionados, sinceros e incorregibles. Sin embargo, en el Nuevo Mundo, la idea de la expresión de la propia personalidad encontró su hogar en el libre mercado. El héroe de la individualidad estadounidense no era el artista, sino el inventor, el pionero y, sobre todo, el emprendedor. Los estadounidenses miran al mercado para encontrar los usos más sofisticados de la libertad moderna. Es allí donde encontramos nuestros héroes, nuestra nobleza e incluso nuestros santos.

Por eso, cuando los estadounidenses ven cómo se difunde su versión de la economía de mercado por el mundo, no ven cómo otras formas de vida ceden el paso, ni tampoco la transformación de otras civilizaciones. El avance de lo que los europeos a veces denominan educadamente el 'modelo anglosajón' del capitalismo, para ellos no es más que el progreso de la vida moderna. Y cuando se enteran de que Los vigilantes de la playa es el programa más popular en Irán, no se les pasa por la cabeza que esto podría producir una nueva inflexión en la idea que tiene la civilización islámica sobre la belleza femenina, la satisfacción erótica o la buena vida. Por supuesto, el mundo está adoptando nuestro mercado. Por supuesto, al mundo le encanta Los vigilantes de la playa. Son deseos humanos naturales, que llevan mucho tiempo inhibidos por la torpe política europea y el elevado peso del chador negro. Por fin, el resto del mundo está empezando a ser plenamente humano.

Esta actitud estadounidense, que podríamos denominar universalismo parroquiano, ha encontrado aún más comodidad en la disciplina de la economía. En su recientemente ascendente forma neoclásica, la economía toma los rasgos sociales básicos del mercado estadounidense -el individualismo, un poder de contrato prácticamente ilimitado, un Estado que sirve principalmente para hacer que se cumplan los acuerdos privados- y los convierte en axiomas de la primera ciencia universalmente válida del comportamiento humano. En Estados Unidos, la economía ha expandido su reinado para convertirse en el vocabulario más respetable para los debates de política pública, el razonamiento legal e incluso a veces de las relaciones íntimas. (Un eminente estudioso estadounidense del derecho ha señalado sin ironía que el matrimonio y la prostitución son bienes sucedáneos, o sea, en la jerga económica, que producen la misma satisfacción por medios distintos). Con independencia de sus otros méritos, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio reflejan el ascenso mundial de la misma versión de lógica económica. Los estadounidenses y los economistas formados en Estados Unidos que configuran estas instituciones creen, en primer término, que están aplicando la ciencia, y en segundo término, que están llevando a un mundo retrógrado a alcanzar la humanidad plena. La sospecha de que también están contribuyendo a rehacer la humanidad a imagen de una nación está profundamente enterrada en sus mentes.

Confesar el imperio. El hecho de que el imperio es en conjunto malo es una cuestión de fe contemporánea. Sea como fuere, es seguro que no tiene nada de bueno ignorar el imperio cuando efectivamente existe. El dirigente no se convierte en santo por insistir en su inocencia e impotencia.

La creencia de los estadounidenses de que son el futuro natural de la humanidad ya ha dividido al mundo, visto desde Washington y Nueva York, en dos frentes. En el bando de los ángeles están todos los pueblos que rápida e inevitablemente se están convirtiendo en nosotros: los europeos, los coreanos y japoneses, los chinos si somos capaces de llegar a una década de libre comercio con ellos, y los indios si no caen en una guerra civil subcontinental. Nos negamos a ver las batallas que el imperio estadounidense de potencia suave está provocando en esos lugares y el severo nacionalismo que está surgiendo en algunos de ellos.

En el otro bando están los bárbaros: aquellos cuya violencia y aparente indiferencia hacia nuestros encantos los coloca fuera del alcance de la inquietud moral corriente. Los asesinatos del África subsahariana y la yihad del Islam militante parecen estar tan lejos del idilio estadounidense que comprendemos su sentido creyendo que son completamente distintos de nosotros. No podemos razonar con ellos, porque hablamos una lengua de pragmatismo guiado por principios, mientras que ellos se mueven impulsados por apetitos primitivos o violentos. Ellos sólo entienden la violencia. Si nos acercamos demasiado a ellos, nos destruirán. Nos hemos unido a nuestros predecesores imperiales en la creencia de que la humanidad está dividida entre aquellos que están destinados a unirse a nosotros y aquellos que sólo razonan con la espada. Medio mundo prácticamente se ha convertido en lo que somos; el otro no tiene ninguna esperanza de unírsenos, así que no podemos encontrarle un sentido moral.

Por eso, paradójicamente, para los estadounidenses, admitir nuestra posición imperial sería un acto de humillación. Nos desviaría de nuestra idea complaciente de que nacimos como pueblo universal y nos abriría los ojos para ver todas las formas en que nos estamos convirtiendo en una nación imperial. Entonces podríamos ver algunas de las complejidades y peligros que trae consigo nuestro tiempo. Podríamos admitir el carácter ambiguo y traumático del cambio cultural que está teniendo lugar en todo el mundo. Cuanto más tiempo sigamos siendo invisibles ante nosotros mismos, mayores posibilidades habrá de que nuestro imperio se juzgue como uno de los crímenes de la historia. Porque la falsa inocencia es un delito, y la invisibilidad no es excusa.
por Jedediah Purdy / publicado en El País